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PASÓ HACE TREINTA AÑOS

          El 23 de febrero de 1981 yo estaba en mi oficina de Madrid, cuando alguien me dijo que en el congreso de los diputados andaban a tiros. Como en la oficina no había tele, tiempos aquellos, me fui al teléfono, que sí había,  pero no funcionaba porque las líneas estaban colapsadas, así que me fui al transistor de alguien que andaba por allí para tratar de enterarme de lo que estaba pasando, que fue exactamente lo mismo que hicieron los señores diputados sorprendidos en plena siesta por el asalto de un tipejo con bigote, tricornio y pistola en mano, como manda el reglamento.
          Yo vivía entonces en Zaragoza y mi mujer recibía clases de piano de un profesor llamado Mariano, que junto con su hermana Teresa, que tocaba el violín, hacía sus pinitos por el siempre árido campo de la música. Traté inútilmente de ponerme en contacto con ella, así que resignado por la inutilidad de mi esfuerzo, decidí seguir con mi programa, que no llegaba más allá de una cena con un matrimonio amigo.
          En el aperitivo me enteré que el teniente general Miláns del Bosch, capitán general de Valencia y amigo del rey había sacado los tanques a la calle y editado un bando, prácticamente copiado del otro bando de julio de 1936, en que se advertía del delito de sedición a cualquier persona que se detuviera en la calle a saludar a un  vecino. Joder con los amigos del rey, pensé yo.
          Después, ya en el restaurante, me enteré por las informaciones sesgadas del camarero que nos atendía, que en el congreso de los diputados había aparecido un general, también amigo del rey, joder otra vez con los amigos, llamado Alfonso Armada, que se proponía salvar a la patria, siempre y cuando los señores diputados le eligieran a él presidente del gobierno. O sea.
          La diferencia entre ambos amigos del rey, es que no eran de la misma cuerda, quiero decir que eran amigos por separado, o sea que no coincidían, y cada cual iba por su lado para salvar al rey y a España. Así que llegados ambos al convencimiento de que algo había que salvar, al final no se pusieron de acuerdo en cómo hacerlo, pues   discrepaban en quien debería mandar más de los dos, si un militar con mando en plaza y  tropa, u otro militar sin tropa aunque con más mando.
           Y así surgió un inesperado aliado con quien nadie contaba, no por su falta de entusiasmo en terminar con la recién estrenada democracia española, entusiasmo que tenía suficientemente probado, sino por su bien conocida  falta de buenos modales, condición esta imprescindible incluso hasta para dar un golpe de Estado. Es así que el teniente coronel Antonio Tejero, ya puestos a salvar lo que fuera, secuestró al poder  legislativo reunido en pleno para elegir un nuevo presidente del gobierno, a través de una escenificación digna de la peor tradición militar española, entrando en el congreso de los diputados con su bigote, su tricornio y su pistola en mano. Lástima que no encontrara un caballo. 
          Puestas así las cosas, yo me despedí de mis amigos y me lancé a la captura de un taxi, que en aquella hora y circunstancia no sobraban, para dirigirme a las inmediaciones del congreso de los diputados, con el simple propósito de hacer bulto, de ocupar mi metro cuadrado de libertad, para hacer presente mi deseo de vivir en un país en que los militares, aunque fueran amigos del rey, estuvieran en el lugar que les corresponde.  
          Afortunadamente pronto apareció un taxi, pero entonces apareció también un japonés detrás del taxi con cara de susto que me pidió ayuda para trasladarse al centro de Madrid, que era justamente donde yo me dirigía. Así que como yo no hablo japonés ni tenía ganas de hablar en ningún idioma, hicimos el recorrido sin cruzar palabra, hasta que detuve el taxi en las inmediaciones del congreso de los diputados para sumarme a la incipiente manifestación que ya a esas tempranas horas de la noche se había formado en la calle Cedaderos.
          Recuerdo que alguien, megáfono en mano, incitaba a permanecer juntos sin ocupar otros espacios fuera de los límites que marcaba la policía nacional, pues un poco más abajo, la plaza de Neptuno estaba ocupada, decían, por gente de extrema derecha con intención, al parecer, de armar bronca. Entre los míos, quiero decir entre mis compañeros de ocupación de calle, había multitud de transistores conectados a cualquier radio que relataban lo que estaba pasando delante mismo de nuestras narices. No sabría decir si la aparición de una columna de la policía militar de la división acorazada Brunete al mando de un comandante llamado Pardo Zancada produjo alivio, pues entre los que allí estábamos nadie sabía muy bien si el tal comandante venía a desalojar a los guardias civiles que ocupaban el congreso de los diputados, o a meterse dentro y  quedarse con ellos.
           Fueron horas de incertidumbre, en las que las únicas noticias que llegaban a través de los transistores se referían a cosas inconexas. Que si la capitanía general de Sevilla estaba con el golpe, que si la de Coruña también, que si la de  Zaragoza estaba a verlas venir. Alguien dijo que el rey había ordenado la formación de un gobierno de subsecretarios y en esas estábamos, cuando un reducido grupo de gente encorbatada y rostro cansado apareció por allí repartiendo una reducidísima edición especial del diario El País con un gran titular de cabecera que decía TODOS CON LA CONSTITUCIÓN.
          He de reconocer que en ese momento me sentí como nunca  antes me había sentido, parte de la historia convulsa y desgarrada de mi país. Aquel titular impreso de urgencia en la tarde noche de un 23 de febrero de 1981, me trasladó a un tiempo pretérito y cercano en que la intolerancia y vesania, casi siempre camuflada bajo los galones del alto mando militar, hacían que algo tan obvio como el deseo de la inmensa mayoría de españoles de vivir en paz y libertad, pareciera  otra vez algo inalcanzable.
          Fue entonces, que arremolinados todos en torno a quienes tenían un transistor que llevarse a la oreja,  oímos al rey defender el orden constitucional y ordenar a los militares golpistas la inmediata vuelta a sus cuarteles. A partir de ese momento, la policía nacional que custodiaba el edificio del congreso nos invitó a los que allí estábamos concentrados a desalojar la calle, por que ya no pintábamos nada. Yo les hice caso y me fui al hotel, donde al llegar pude ver por la tele el enésimo visionado del discurso del rey.
          Pensé en llamar a mi mujer, pero era ya demasiado tarde y seguramente estaría durmiendo. A la mañana siguiente, cuando al fin hablé con ella, me contó que se había pasado la noche tocando el piano. Pocas veces en mi vida me he sentido más orgulloso de mi mujer. No cabía imaginar respuesta mejor. Eso nos hacía diferentes de ellos. 
          Así que puse la tele y pude ver cómo los guardias civiles que habían participado en el asalto al congreso saltaban como forajidos por la ventanas y se perdían calle arriba, seguramente en busca de algún lugar en que esconder su vergüenza.
         Pasó hace treinta años, pero algunos no lo hemos olvidado.
           
José Luis García Rodríguez
Febrero, 2011




EL INTRÍNGULIS

          El juez Baltasar Garzón acaba de descubrir que los dirigentes de Batasuna, además de ser personas con derechos como los demás españoles, son también delincuentes según la ley. Nunca es tarde si la dicha es buena, dice el refrán. Parece sin embargo muy extraño a quienes no estamos en el intríngulis de la cuestión, que un juez tan perspicaz y de tan larga experiencia como S.S. haya tardado tanto tiempo en enterarse. Pero, qué le vamos a hacer, son cosas de la ley. O del intríngulis.
          Porque vaya si tiene intríngulis que los mismos sujetos que hace unos meses eran gente de paz, a juicio del presidente del gobierno, sean ahora acusados de colaboración con banda terrorista. Como tiene intríngulis también que por esas mismas fechas, la fiscalía hiciera suya una novedosa doctrina jurídica en beneficio de los encausados sobre la oportunidad de juzgar el delito en función de las circunstancias. No estuvo fino entonces el inefable juez Garzón. Qué le vamos a hacer. Son cosas del intríngulis.
          El problema del intríngulis es que según se va descubriendo, más intríngulis tiene. Y así se pasa de un intríngulis a otro sin solución de continuidad. Porque a ojos del profano, ¿alguien en España dudaba que los batasunos fueran colaboradores de ETA? Y a cuenta del intríngulis me viene a la memoria lo que un amigo mío, experto en contabilidades decía: cuando algo se quiere ocultar, primero se lleva a varios; luego, se pasa de varios a varios; y después, para cerrar el apunte,  se lleva de varios a la cárcel. Pues eso.
          ZP llevó la paridad de la mujer a La Moncloa y las ministras llevaron La Moncloa a la revista Vogue. Bien está. Eso es modernidad y progreso. ¿Qué de malo tiene que una ministra socialista pose en plan de posar para una revista del pose?. Pues no pasa nada. ¿Qué habría de pasar? Además, algunas de ellas, pocas es verdad, no posaban mal. Pero lo malo que tiene tanto pose es que estimula la progresía de las juventudes, que no se conforman con menos. Y así vamos. Porque ahora resulta que las juventudes del PSOE, hacen un pase con la pose de un chaval medio gilipollas vestido de Lacoste como símbolo del retro progreso. ¿Y qué pasa? Pues nada. ¿Qué habría de pasar? Pues que Lacoste no se resigna a hacer de gilipollas y demanda judicialmente a los autores del pase y de la pose  por daños a su imagen. Y a la vista de tanto ingenio cabe preguntar, ¿quién es al final más gilipollas?, el chaval que posa o el que monta el pase. Seguramente, los dos. Tienen buenos maestros. Que se lo cuenten sino al señor Bono, maestro en esos menesteres, quien en un arranque de sinceridad llamó gilipollas al primer ministro ingles, señor Blair. Claro que cuando lo dijo pensaba que el micrófono que tenía delante estaba desconectado. Pero no. Todo un ejemplo para las juventudes de su partido.
          Cuando esto escribo, Barcelona se ha quedado otra vez sin luz y sin tren de cercanías por culpa de un rayo, o de una tromba de agua, o de un accidente, o de las obras que se están haciendo en beneficio de los barceloneses. Qué se le va a hacer. Mala suerte. Lo que tiene peor pase es que uno de los responsables de tanta mala suerte, un enchufado de la SEPI en recompensa por no se sabe qué, se aferre al enchufe para amarrar bien una sustanciosa fortuna en caso de ser relevado por otro enchufado de esa cosa llamada REE, empresa pública en la que lógicamente priman los enchufes. Tuvo mala suerte el señor Atienza como ministro de agricultura con las paellas camperas que incendiaron los campos de media España, y ahora parece tenerla también con los voltios, que tienen encendidos a los ciudadanos de media Cataluña. Y pregunto yo, ¿no sería más barato darle el pase y desenchufar a ese señor?     
          Y puesto que de incendios hablamos, otro señor sin pase pero que pasa, acaba de proponer a quien quiera encender una vela, que enrolle un retrato del rey y lo queme. No es más que una anécdota, se defiende el muy imbécil. Y no le faltaría razón si no fuera porque el sujeto en cuestión, que se llama Juan Lladó, además de idiota, es el consejero de interior del <consell insular de Mallorca>  entre cuyas funciones está mantener el respeto al orden constitucional. ¿A quien sino se le habría ocurrido pedir al rey que abandone la isla como lugar de segunda residencia? Solo podría ser al señor Juan Lladó, que por algo es un líder local del pan catalanismo en Mallorca. Y si de ERC hablamos, siempre nos quedará París, quiero decir Carod, un personaje de tebeo empeñado en borrar el idioma castellano de la cultura catalana, aún a costa de fastidiar a tantos buenos escritores catalanes que optan por escribir sus obras en español, a los que ha negado su presencia en la más importante feria del libro del mundo.
          ¿Hay quien dé más?. Sí, el ministro de justicia, señor Fernández Bermejo, acaba de declarar que la ilegalización de las otras marcas de Batasuna con presencia en las instituciones vascas, dependerá de cómo se presente la jugada. Menos mal que según dicen , el ministro es un ilustre jurista. Así da gusto. O el señor Montilla, que aunque   no de tanto lustre como el ministro, es nada menos que presidente de la generalidad de Cataluña,  quien para rebajar el escándalo por la quema de banderas y retratos, dice que mejor sería despenalizar el delito. ¡Anda que listo!. O el señor Anasagasti, un senador de poco pelo, eterno vividor de la mamandurria del Estado, que llama vago e inútil al rey y toda su familia. O el alcalde de Madrid, señor Ruiz Gallardón, empeñado en el reparto de codazos y zancadillas entre los suyos para estar más cerca de su jefe con el sospechoso propósito de, llegado el momento, hacerle la cama. O el secretario general de ese mismo partido, señor Acebes, un político de piñón fijo empeñado en meter el dedo en el ojo ajeno venga o no al caso. Y mira que oportunidades no le faltan. Y es que lo bueno del cambio de marchas es que permite regular el impulso del motor, por eso los que van a piñón fijo, como el señor Acebes, o se pasan o no llegan. Y ese es precisamente su problema y el de su partido; que pese a todo, no pasa.
          En otro orden del desorden, llama la atención un locuaz locutor de mucha fama que usa la radio de la iglesia católica para emitir mensajes incendiarios contra la corona ¡qué manía con los incendios!, aunque para compensar los excesos, no falten obispos que al día siguiente se apresuran a elevar sus oraciones por el bienestar personal del rey. Ahí está el secreto de la permanencia, el intríngulis de saber estar a todo y con todos. Y lo último por el momento, es la novedosa idea de crear la República del Barça, inspirada por su presidente, señor Laporta, presumiblemente víctima de otro calentón como el que le indujo a quedarse en calzoncillos en pleno aeropuerto de Barcelona, molesto por tanto control. Y es que el Barça es más que un club y su presidente, pues ni se sabe.
          Pero siempre quedará el regusto de pensar que pese a tanto pase y tanta pose, al final quedará la idea de una España posible capaz de convivir, es verdad que sin excesiva armonía como suele ocurrir en todas las sociedades libres, pero capaz de entenderse en sus diferencias.
          Dicen que dijo el conde de Romanones al ser informado del resultado de la votación para su ingreso en la Real Academia de la Lengua, en la que no obtuvo ni un solo voto: - ¡joder, qué tropa!.
           Modestamente pienso lo mismo: - ¡joder, qué tropa!

José Luís García Rodríguez
Octubre 2.007